"No es posible asegurar el futuro. Sólo es posible perder el presente" -Ivan Klima-

martes, 22 de marzo de 2011

Hace muchos años que tengo 20 años

Cantaba Serrat "fa vint anys que tinc vint anys" (hace 20 años que tengo 20 años). Y a algunos casi se nos puede aplicar... pero no nos damos ni cuenta de que el tiempo ha pasado, y ya no eres el jovenzuelo que creías que serías para siempre.

Hace poco tiempo, en un encuentro de viejos amigos, salimos a cenar y a tomar algo, cuando nos encontramos en la cola de un local para entrar, hasta que llegó nuestro turno, y nos encontramos a un portero que nos escrutó de arriba a abajo durante unos segundos hasta que pronunció las fatídicas palabras: "Creo que este no es un lugar adecuado para vosotros, aquí todos son jóvenes de 18 a 20 años..." y para reafirmar su argumento, siguió "Es que no os lo vais a pasar bien...". Después de esas palabras y tras agradecerle la sinceridad, salimos de la cola con la cruda sensación de que ya no estábamos para según qué trotes... y que pese a que nos resistamos, el entorno nos lo va a recordar...

Y aunque por un momento caí en la tentación de creer que "cualquier tiempo pasado fue mejor", enseguida la sustituí mentalmente por aquella que decían Les Luthiers de "cualquier tiempo pasado fue... anterior", que siempre me ha gustado más.

Me he dado cuenta que hacer deporte ha pasado de ser una diversión y un lugar de encuentro con amigos a ser una pura necesidad para desoxidar las articulaciones y la musculatura; que veo más deporte del que practico cuando antes era al revés; que cuando salgo por la noche, me paso dos días para recuperarme; que cuando miraba coches para cambiar mi viejo volkswagen lo hice pensando en las prestaciones que tendría el nuevo para llevar al niño y su cochecito; que ahora no me preocupa limpiar el coche por dentro y que siempre tendré trozos de galleta en el asiento trasero; que cuando me cae la baba del niño en la camisa, ya no me la cambio; que salir a la calle supone montar una infraestructura más compleja que una operación de las fuerzas especiales; que no voy al cine desde que estrenaron Pulp Fiction... y que la próxima vez que vaya será para ver alguna de Disney; que antes me preocupaba dónde hacer un posgrado y ahora me preocupa a qué "escoleta" irá mi hijo, etc.

En definitiva, que la vida tal como la conocía se ha convertido en otra, con otros puntos de mira, y otras prioridades... y hace que te tengas que reinventar, y que a parte de las cuestiones e incomodidades logísticas anteriores, evidentemente, compensa, y te hacen ver el mundo con otros ojos, quizá más serenos (por fuerza), y desaprender lo aprendido para volver a empezar una nueva y gozosa realidad asumiendo los cambios y gestionándolos en la medida de lo posible.

Y vuelves a pasar de la juventud a la niñez. Es como una vuelta a empezar, en la que coprotagonizas la película en la que el pequeño diablillo que te ocupa las horas y rutinas diarias vive intensamente su historia, absorviendo a cada momento la esencia de cada instante, y haciéndote cómplice de cada descubrimiento te atrapa en un estado permanente de admiración por las cosas más sencillas y nimias de la vida.

¿Qué hay más poderoso que eso para vivir en un entorno adverso de crisis permanente? Los problemas se relativizan con mayor facilidad y se contagia aquello que el director de la orquesta filarmónica de Boston Benjamin Zander llamaba "Shining eyes" (ojos brillantes). Definía el éxito en términos de cuántos ojos brillantes tenemos a nuestro alrededor, de cómo sómos capaces de contagiar ese buen rollo a los que tenemos al lado.

Y todo eso hace que cuando juego a ser adulto, no me olvide nunca de que todos necesitamos tener los ojos brillantes de tanto en tanto. De las enfermedades contagiosas de los pequeños, esta es la mejor de todas. Yo ya estoy contagiado.

No hay comentarios:

Publicar un comentario